Dos jóvenes mujeres, unidas por el dolor de la guerra y por un compromiso que desafía incluso a la muerte, se sentaron frente a nuestras cámaras para narrar una historia que es, a la vez, desgarradora y profundamente reveladora del espíritu de Israel, una nación que no termina de sangrar.

Son viudas, son soldados, y siguen en filas del ejército de Israel. Sus esposos, Ivri Diener y Hillel Solomon, cayeron en combate. Ellas, lejos de retirarse, decidieron permanecer.

Una es hoy oficial de la Fuerza Aérea de Israel y sirve en labores de inteligencia. La otra también logró convertirse en oficial tras la muerte de su esposo.

Ambas habían soñado desde jóvenes con ese rol; la guerra interrumpió esos planes, pero también les dio —desde su perspectiva— una misión inaplazable: continuar el legado de quienes murieron protegiendo a su país.

Ivri, oficial de combate de la brigada Golani, murió en el sur del Líbano mientras protegía a sus soldados. En un acto de intuición y liderazgo, decidió entrar él primero a un edificio que consideró sospechoso. Dentro lo esperaban cinco combatientes de Hezbolá. Murió en el lugar. Gracias a su decisión, sus hombres sobrevivieron.

Hillel, miembro de la brigada Kfir, perdió la vida en el norte de Gaza, durante una operación de reconocimiento relacionada con túneles utilizados por grupos armados. Una bomba detonó bajo sus pies. Junto a él murieron dos soldados más, mientras otro resultó gravemente herido.

Las dos mujeres nos hablaron del amor con el que se conocieron en la adolescencia, de los matrimonios recientes, de los sueños compartidos y del vacío imposible de llenar. “Es un dolor que no termina”, menciona una de ellas. “No puedes escapar de él. Aprendes a vivir a su lado”. La otra asiente: “No hay modo de prepararte para algo así. Pero te levantas cada día porque eso es lo que ellos defendían.

Lejos de abandonar su fe o su causa, ambas sostienen que sus esposos dieron la vida por algo más grande: Am Israel, el pueblo de Israel, y lo que llaman Netzaj Israel, la eternidad del pueblo judío. Desde su perspectiva, esa entrega las obliga moralmente a continuar.

“Cada mañana me pregunto si estoy dando todo lo que puedo por mi pueblo y mi país. Y la respuesta casi siempre es: no, puedo dar más”.

En la entrevista se abrió también el debate sobre el reclutamiento de sectores ultraortodoxos (haredim), la tensión política en torno a Judea y Samaria, la posibilidad —o imposibilidad, según ellas— de un Estado palestino, y la sensación permanente de vivir en un territorio en conflicto. No hay neutralidad en sus palabras: creen en su derecho sobre la tierra, en la presencia judía en la región y en una misión de carácter casi sagrado.

Sin embargo, más allá de la ideología, lo que atravesó toda la conversación es una dimensión profundamente humana: la del duelo, la conexión espiritual con los ausentes, las señales que creen recibir de ellos, los sueños en los que aún aparecen, como si nada hubiera cambiado:

En la shive (los 8 días de duelo) de Ivri, Miriam recibió flores y chocolates  que su esposo le había enviado antes de morir. En la carta adjunta, él le decía que esperaba esta fuera la última vez que le tuviera que escribir desde el norte.

Y así fue.

“A veces sueño con él y sé que está muerto, incluso dentro del sueño. Y otras veces no lo recuerdo, y cuando despierto pienso: vino a visitarme”, confiesa.

Sus proyectos de vida revelan también la transformación del dolor en propósito: una quiere estudiar medicina para convertirse en pediatra; la otra contempla seguir una carrera de largo plazo dentro de las Fuerzas de Defensa de Israel. Ambas buscan “vivir al máximo”, una frase que, en su contexto, suena menos a consigna y más a promesa hecha a los muertos.

Cuando se les pregunta si Israel ha ganado esta guerra, la respuesta no es triunfalista, reconocen pérdidas irreparables.

Pero también insisten en una palabra que repiten como un mantra nacional: resiliencia.

No se consideran sobrevivientes. “No sobrevivimos”, dicen con convicción. “Vivimos. Esta es nuestra vida. Y este es nuestro país”.

En esa declaración, brutal y poética, se condensa no sólo su historia personal, sino la compleja identidad de un pueblo que no separa la vida de la guerra, la fe del territorio, ni el amor de la muerte.

Una historia que duele. Y que, al mismo tiempo, explica.

Agradecemos el apoyo de Alice e Isaac Assa en la realización de esta entrevista.

@EnlaceJudio.

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